Nos enseñó José Martí que: “A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente; en la política lo real es lo que no se ve”[1]. Sabia lección para entender los resortes por los que se mueve la política de los Estados Unidos y descifrar así lo aparentemente oculto de las decisiones de Donald Trump a propósito de las relaciones bilaterales de Estados Unidos con Cuba. No fue una sorpresa para quienes estamos acostumbrados a los vaivenes del Imperio en su política agresora contra nuestro país; y más que costumbre, para quienes conocemos –el pueblo cubano no olvida, tiene memoria histórica y ha de salvaguardarla– la verdad sobre los Estados Unidos y lo que históricamente, desde su lógica imperialista, ha representado para Cuba y el resto del mundo.
No es casual, aunque sí absurdo atendiendo a las pérdidas económicas que encarnan las medidas de Trump en relación a Cuba para su propio país, que estemos ante un retroceso de las relaciones entre ambos países. Se ha vuelto a mirar a un pasado (no muy lejano) de confrontación abierta, extremista por parte de una minoría escandalosa y vividora al servicio de la ultraderecha miamense, simplona en materia de creatividad imperial; para dar seguimiento a la insistencia tortuosa de destruir a Cuba.
El gran garrote no es algo nuevo, como no lo era la falsa “buena vecindad” que puso en marcha el expresidente Obama en los meses últimos de su segundo mandato. Nuestra historia es demasiado elocuente para permitirnos confusiones de esta naturaleza. Enfrentarnos a doce pretendidos monarcas (un sin sentido teniendo en cuenta la forma de gobierno del país vestido con el ropaje del gigante de las siete leguas), pero cuyos Goliat (con más o menos peligrosidad), no han traicionado la lógica del Imperio; nos ha dado más fortaleza para resistir cualquier forma agresora.
Hemos pasado por todo, desde la intervención (no olvidemos el ataque mercenario por Playa Girón), el terrorismo de Estado, la guerra biológica, el bandidismo, guerra mediática, diplomática, intentos de asesinato a nuestros principales líderes, subversión; disímiles formas para destruir la Revolución y socavar el sistema político, económico y social cubano; desmontar el Socialismo en Cuba e instaurar el capitalismo. Ahí está la motivación del Imperio: acabar con quien se le ha enfrentado con firmeza y patriotismo, con quien lo ha vencido a lo largo de la historia y no se amedrenta ante directivas u órdenes ejecutivas unilaterales, como lo dispuesto recientemente por el presidente Trump.
¿Qué significan estas medidas en un contexto donde –según la lógica política– no tienen ningún sentido?; ello incluso para los propios intereses de Estados Unidos. La opinión pública de ese país sostiene hoy todo lo contrario al espíritu de las medidas de Trump; congresistas norteamericanos, el sector empresarial, la sociedad civil de ese país; en fin, una amplia gama de sectores que no están de acuerdo con Trump en su mirada a Cuba (arreciará el bloqueo económico, comercial y financiero y aumentará la guerra económica).
Pero, ¿acaso al monarca sin corona eso le puede importar?, ¿qué intereses lo condicionan a colocarse por encima de lo que aparentemente resultaría más beneficioso para el Imperio?, ¿los instigadores o inductores de Trump a qué juegan con él? Pareciera que gana una partida la insensatez en el Imperio, devienen alarma política estas prohibiciones del césar americano, se convierte en parasitaria la realidad.
Es ahí donde volvemos a la reflexión inicial: la lógica imperial ha sido siempre insensata; ¿acaso pudiera ser de otra manera cuando se quiere acabar con el mundo y estimulan y aceleran dicho proceso? Esas voces llegan desde el norte revuelto y brutal. Es una realidad muy burda pero que esconde lo que realmente importa al Imperio: demostrar su poderío, pisotear cuando sienta ganas, expandir su veneno; todo ello aunque se vuelva contra sí; aunque ciertamente parezca un sin sentido.
Lo que no se ve es lo real en política, idea que acompaña estas reflexiones por cuanto podemos tener ante nuestros ojos determinada realidad y resultar aparente; pasa incluso por pensar en que es más o menos conveniente para el césar y su equipo asesor. Las sorpresas pueden llegar empero en ellas está la realidad verdadera.
Se defienden intereses, que son los de la minoría en los Estados Unidos, por supuesto; el Imperio se vuelve contra sí, está en crisis, quien esté en el poder tratará de satisfacer, con movidas nada populares en ciertos casos, aquellos pedidos que su círculo de ensayos políticos demande. Esa es la lógica: lo que hizo el presidente anterior no sirve, hay que cambiarlo, no nos conviene. ¿A cuántos le importa?, eso no preocupa, haremos cambios y probaré, una vez más que soy el dueño. Así quizás ha pensado Donald Trump antes de tomar medidas (desde lo absurdo en política) en los pocos meses de mandato.
Una hojeada al siglo XIX y las reflexiones de Martí previo a las sesiones de la Conferencia Internacional Americana celebrada en Washington (1889-1890); ante la casi segura asunción de James G. Blaine como Secretario de Estado norteamericano; nos ayuda a entender, con meridiana claridad, la lógica del Imperio: “Y lo que se ve es que va cambiando en lo real la esencia del gobierno norteamericano, y que, bajo los nombres viejos de republicanos y demócratas, sin más novedad que la de los accidentes de lugar y carácter, la República se hace cesárea e invasora, y sus métodos de gobierno vuelven, con el espíritu de clases de las monarquías, a las reformas monárquicas. “Premier” dice Blaine que quiere ser…”[2]
José Martí conoció profundamente las entrañas del Imperio, y advirtió el peligro que representaban para Cuba, las Antillas y nuestra América el carácter expansionista de los Estados Unidos, sus pretensiones dominadoras, y entendió, a su vez, que el deber nuestro era alcanzar la independencia y la plena libertad para establecer un modelo republicano justo y humanista.
Así es la Revolución Cubana, y su carácter socialista, proclamado en abril de 1961, nos hace fuertes; y por eso resistimos, tenemos una tradición de lucha, vocación de justicia, como sol del mundo moral; somos antimperialistas. No admitiremos injerencias en nuestros asuntos internos, no traicionaremos jamás uno sólo de nuestros principios, abogaremos por mantener un clima de diálogo respetuoso sobre la base incólume de no interferencias en la soberanía, independencia y autodeterminación de nuestro pueblo. Así continuaremos defendiendo la obra revolucionaria, luchando en Cuba por tener más socialismo, por continuar siendo faro de combate, bandera y símbolo de la resistencia antimperialista.
Una vez más hemos de revisitar el medular texto de Martí La verdad sobre los Estados Unidos; donde dice algo lapidario: “(…) pero no augura, sino certifica, el que observa cómo en los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan…”[3]
Comprende Martí (última década del siglo XIX) que lo que se va moviendo en los Estados Unidos no son factores que buscan la unidad, que hay desigualdad, injusticias, que esos factores de unidad; en vez de asegurarse, se aflojan en los Estados Unidos; como también se percata, y nos hace la alerta, que los problemas de la humanidad, en vez de resolverse, se reproducen; algo inherente al propio sistema capitalista, donde el monopolio está sentado como un gigante implacable y es incapaz de resolver los problemas de la humanidad.
Hay que desentrañar ese modelo, ese sistema que no es el que Martí quiso para Cuba, para Nuestra América. Por eso hace estas importantes reflexiones: “(…) en vez de amalgamarse en la política nacional las localidades propias de los Estados Unidos, la divide y la enconan; en vez de robustecerse la democracia, y salvarse del odio y miseria de las monarquías, se corrompe y aminora la democracia, y renacen, amenazantes, el odio y la miseria.”[4]
Los “paladines de los derechos humanos”, los que preconizan una democracia verdadera, una democracia real, una democracia ejemplo o paradigma, los que se abrogan el derecho de decir que en Cuba hay un sistema unipartidista y que ellos tienen una democracia pluripartidista desconocen la verdadera esencia de Cuba, su realidad, su sistema; ellos mismos no la conocen, no son capaces de entender nuestra esencia humanista, ética y antimperialista.
Como plantea el Gobierno Revolucionario Cubano en su declaración ante las medidas de Trump: “Cualquier estrategia dirigida a cambiar el sistema político, económico y social en Cuba, ya sea la que pretenda lograrlo a través de presiones e imposiciones, o empleando métodos más sutiles, estará condenada al fracaso. Los cambios que sean necesarios en Cuba, como los realizados desde 1959 y los que estamos acometiendo como parte del proceso de actualización de nuestro modelo económico y social, los seguirá decidiendo soberanamente el pueblo cubano”.[5]
Ni demócratas ni republicanos; el perro cambia, de vez en cuando, de collar. Sin embargo hoy somos más dignos que ayer; más patriotas, revolucionarios y antimperialistas; con la guía y el ejemplo de Martí y Fidel.
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