No resta mucho por sumar a todo lo que se ha dicho de esta película. Glorificada por doquier, tanto la obra como su autora, el film recorre la novela de Antonio Di Benedetto de forma climática y sensorial, en la que un funcionario americano de la Corona Española anhela su traslado de ciudad, revolviendo ilusiones que nunca se vuelven realidad.
Aquel febril camino sinuoso entre la ilusión y la desesperanza desemboca en otra denuncia más de la inutilidad azarosa de la burocracia y de la necesidad de un escape frente a la opresión de la rutina y la injusticia.
De pinceladas preciosas y pasajes visualmente poéticos, Zama contiene una fotografía exquisita digna del inconmensurable diseño de producción que incluye, baluarte esencial de su pre candidatura al Oscar como Mejor Película de habla extranjera, acompañado de un diseño sonoro excluyente, donde en muchos pasares nos recuerda algún tipo de cine latinoamericano de la década del sesenta y setenta.
De característica mágica pero a su vez tangible, logra explotar los sentidos y generar un ritmo expectante, donde en su redundancia expresa la claustrofobia impotente de su protagonista, interpretado por un preciso Daniel Giménez Cacho, que en su camino no logra siquiera el éxito carnal que tanto reclama.
De la poesía a una creciente explicitud, el film relata la impotencia de un deseo que nunca arriba, en la mutación y flexibilidad del hombre frente a las decepciones, Zama reafirma sus valores, inclusive frente a total frustración, brindando la otra mejilla aún hasta en su desmembramiento.
En un trayecto histórico de suma impotencia e injusticia, la aberración también toca la puerta del imperialismo.
JULIÁN NASSIF
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