Así comienza este libro de Will Eisner (1917-2005), que se desarrolla en un barrio de Nueva York durante los años treinta. Narra cuatro historias de vecinos que vivía en bloques de viviendas baratas que construyeron en los años veinte, cuando Manhattan ya no podía albergar a más inmigrantes, justo después de la Primera Guerra Mundial. Edificios con pisos de alquiler, sin pasillo y con las habitaciones dispuestas como vagones de ferrocarril. Allí vivía gente humilde: empleados, obreros, oficinistas… todos con sus familias -casi siempre numerosas-.
En la Rusia de 1882, tras la muerte del Zar Alejandro II, muchas familias judías -como la del dibujante- padecieron progroms antisemitas. De hecho, el padre del autor tuvo que emigrar desde Austria, para ganarse la vida en Nueva York pintando decorados para el teatro yidish.
El personaje de su libro escapó de una de aquellas matanzas, para verse creciendo solo en un pueblo; donde destacó como alguien amable y servicial, haciendo tantas buenas obras que no dejaba de escuchar: “Dios te recompensará”…
Convertido en un respetable miembro de la sinagoga, al protagonista -de esta primera historia- no le sorprende la confianza de una madre anónima, al abandonar a su bebé delante de su puerta. Él adopta a aquella niña como parte de su acuerdo con Dios. Es más, le pone el nombre de su madre, Raquel, para criarla como si fuese una hija natural. Aquel suceso le colma de felicidad hasta el día en que la muchacha enferma y muere. Es en aquel momento cuando el protagonista siente que Dios ha faltado a su parte del acuerdo: “¡No puedes hacerme esto a mí…! ¡Tenemos un contrato!”.
Esta historia nos muestra que no es extraño que un padre, que cría con tanto amor a su hijo, lo pierda arrancado de sus brazos por la mano invisible de Dios. Esto es algo que le puede pasar a mucha gente a diario, pero “Frimme Hersh tenía un contrato con Dios, ¡y un contrato es un contrato! Al fin y al cabo se trataba de un acuerdo de muchos años”. ¿Qué contrato es este?
¿Acaso no son todas las religiones un contrato con Dios?
Sabemos que Will Eisner no era creyente, puesto que la última voluntad, que expresó a su segunda esposa, Ann, fue que no se celebrara ningún rito ni servicio funerario. Tal vez el propio autor tenía un contrato con Dios que rescindió una de las partes.
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