Había dos maneras de poner sobre la mesa lo que voy a transcribir aquí. La primera es como ahora mismo lo estoy haciendo y la segunda es haberlo mencionado en el pasado episodio del podcast De Repente, La Última Cena, que comparto con mi compañero. Sin embargo, por la propia naturaleza extracinematográfica del asunto y el carácter unidireccional con el que resultaría, he decidido no embarrar al pobre Álvaro con mi reflexión sobre el paso a un lado de Polanski en su designación como presidente de ceremonia en la próxima edición de los César.
Para darle un poco de contexto, la red saltó por los aires la semana pasada cuando se anunció que Roman Polanski ostentaría el honor al que acabo de hacer referencia. «¿Cómo van los César a dar tal plataforma a alguien que todavía se encuentra en un proceso penal por mantener relaciones sexuales con una niña de 14 años?». No hace falta que diga que no voy a defender tal hecho, porque ni siquiera él lo hace. Nadie lo hace. Es más, si me atrevo a pronosticar, mi apuesta es que al propio director le trae más que al fresco presidir o no dicha gala.
El caso está así: Polanski se declaró culpable de abuso de menores en consecución de un acuerdo con el fiscal del caso a cambio de pasar 42 días en prisión. ¿Pocos? Puede. A mí no me compete decidirlo. La cuestión es que los cumplió, y previendo un revés en el acuerdo, huyó de Estados Unidos, país que no ha vuelto a pisar desde entonces, y que hasta el día de hoy sigue pidiendo su extradición. Han pasado décadas y Samantha Geimer, tras haber recibido hace muchos años una indemnización de parte del cineasta polaco, lo ha perdonado públicamente en cuantiosas ocasiones. Incluso si ese perdón fuera falso, motivado por la complicidad ante las presiones mediáticas (no olvidemos tampoco que Geimer escribió un libro en 2013), este último año se solicitó de nuevo la extradición de Polonia a EEUU, solicitud que no llegó a buen puerto, que fue incluso recurrida por el Ministro de Justicia polaco y que también fue denegado.
Geimer durante una entrevistaPero las redes sociales no perdonan, tres gatos se preocupan de comentar las noticias sobre la negación del supremo polaco a su extradición, pero el fuego prende cuando se le designa presidente de la ceremonia de los César. «Se está ignorando los hechos que se le demandan», reza la ministra francesa de Derechos de las mujeres. Unos hechos ocurridos hace 40 años, para los que cumplió una ínfima condena pactada, por los que indemnizó a la víctima y que fue perdonado. Y aunque parezca lo contrario, con esto último no intento defenderlo, Polanski no es Jean Valjean, sino que intento señalar a la carnaza, al que se indigna en el salón de su casa por unos hechos que ocurrieron antes de que naciera y que le son ajenos. Juez, jurado y verdugo en 140 caracteres. El director franco-polaco ha pasado por el aro y se ha quitado de en medio y, como ya he dicho, no creo que trascienda este hecho en su vida, pero la situación repugna y asquea.
Me resultaría fácil escribir «no se imaginan lo que es leer constantemente que tu madre fue violada con 13 años», pero eso, al margen de caer bajo, sería poner en perspectiva unos sentimientos supuestos, ajenos. Ajenos, como lo es para todos nosotros lo que ocurre por la cabeza de Geimer. «Para usted la violación fue hace 40 años, para la niña fue ayer». Para mí, internet y los César dan vergüenza, y eso sí fue ayer.
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