Con la llegada del nuevo año nos encontramos con que abundan los múltiples y variados deseos de tipo: “salud, felicidad, paz, dinero y amor”, “que se cumplan o se hagan realidad tus sueños” o el de “felicidad y prosperidad”; sin dejar de mencionar los archiconocidos buenos propósitos que como cada año engrosan una interminable lista de papel y tinta, pero que no se superan ni siquiera en el primer trimestre completo de su ejecución. Como si bastara el simple hecho de desearlos para hacerlos realidad.
En ese estado pareciera que no avanzamos y nos mantenemos encerrados en nuestro propio círculo vicioso: creación de expectativas, generación de deseos y sobrecarga neuronal. Todo eso coloca al cerebro en una situación innecesaria y gratuita de stress, por lo que más tarde o más temprano termina abandonando todas esas buenas y bellas intenciones. No eran más que una cortina de humo.
Llegados a este punto y momento transitorio de la misma vida, entonces prefiero centrarme en la apuesta por la simplicidad de las cosas. Todos anhelamos la felicidad y cada uno la vive a su manera. Pero la felicidad no está en la meta sino que se construye y se des-construye a sí misma a lo largo del camino rehaciéndose a su modo. Es movimiento como el fuego vivo. No es un estado. Es una actitud. Es dinámica. Es audacia y perspicacia. Es riesgo y voluntad.
Por consiguiente, esta vez quiero hacer una apuesta diferente a la que nos han inculcado socialmente durante años: si todo sale como quieres, entonces te has ganado el derecho a ser feliz. Dejándonos inermes y vulnerables ante las múltiples, inevitables y seguras situaciones de adversidades, contratiempos y decepciones con las que tendremos que lidiar en más de una ocasión.
No basta con tener sueños o esperar a un momento perfecto para hacer algo. Habría que convencerse que eso de tiempo idóneo, preciso y perfecto para hacer algo no existe como tal. El tiempo lo creamos aquí y ahora.
Entonces, hay que salir allí fuera a pelear y agarrar el toro por los cuernos o atrevernos a ponerle el cascabel al gatito, como si nos fuera la vida en ello sin importar si las estrellas están o no alineadas a nuestro favor en ese momento. Ya me encargaré luego de ellas. Es hacernos consciente y apoyarnos en nuestras posibilidades y limitaciones. Sabernos frágiles pero como un potencial que nada tiene que envidiar a un tsunami o a un volcán activados.
Así que para este nuevo año 2018 lo que pido, espero y lucho se reduce a tres palabras claves: Resiliencia, Optimismo y Persistencia. Con las piedras de los fracasos que aparecerán a lo largo de los 365 días quiero construir un castillo donde celebrar los momentos de gloria, honor y placer que seguros tendré. En lo amargo de la cáscara tratar de encontrarle un sentido de miel para mí. Aprovechar esa aparente “negatividad” o “frustración” de las cosas para volcarlas a mi favor. Es des-nudar aquello que se conoce como “belleza colateral”. Aprender a quedarme con lo bueno de lo malo.
A pesar de estar desesperados, rotos, vapuleados y hundidos saber y sentir que aún podemos reconstruir y rehacernos a nosotros mismos con esos pedazos fragmentados. Porque en definitiva somos lo que hacemos y lo que nos pasa. Por eso, dado ese paso ya nada será igual pero nos habremos reinventados a nosotros mismos desde la nada. Créanme que con la fortaleza que se regresa a la vida hasta la misma muerte ya se cuida de nosotros. Un acorazado, más potente que El Musashi, para brillar como toda una estrella en su noche más oscura. Nos hacemos cotidianamente uno y único.
Al des-cubrirnos y des-nudarnos a nosotros mismos: ¿Quién dijo que hay miedo?...
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