Londres es una ciudad sobre la que se escucha todo tipo de noticias, historias, mitos, cuentos, leyendas urbanas y a saber cada cual con qué grado de veracidad. En las próximas líneas voy a contar mi versión sobre mis primeros días en la capital del Imperio Británico, o al menos el que aún sigue siendo así para algunos.
Londres se encuentra en un pulso constante entre el estilo Victoriano y la más absoluta modernidad y globalización. En la misma zona residencial conviven casas del mencionado estilo, con restaurantes de fish&chips, italianos, tailandeses o incluso etíopes. Diversidad es la palabra que mejor define a esta ciudad en la que una que vez que consigues descifrar el mapa del metro, menos difícil de lo esperado, almuerzas junto al canal de Camden Town y visitas a unos locales Wetherspoon a tomar alguna que otra pinta te sientes como en casa. Todo esto de la inestimable mano de Marian, a la que tal vez recuerden de episodios anteriores como “Lublin con L” o “Con el Capitán Cook a orillas del Báltico” entre otros.
El primer día de, digamos, turismo, quería conocer cosas diferentes, atípicas, los secretos de Londres, lo que no busca el turista habitual así que le pedí consejo a Marian. “Gira la primera esquina a la derecha y después todo recto y te encontrarás…” Dos barrios de los que no recordaba el nombre diez segundos después de que me lo dijera. Pero bueno, le hice caso y seguí todo lo recto que me permitieron los edificios que me encontraba, con el paso decidido de quién conoce bien su camino. Unos pasos que días más tarde sabría que me llevaron por Oxford Street, Soho o Covent Garden, pero con los que llegué a darme casi de bruces con todo un Big Ben y el London Eye. Ya puestos, y redondeando un gran día de turismo alternativo paseé por St. James Park hasta acercarme a Buckingham Palace donde debían estar enterados y pese a no hacerme una recepción como es debido y merezco, sí que tenían decorado el paseo para la ocasión.
Sí, el metro de Londres es fácil de descifrar, al menos comparado con el de Seúl, aunque puede ser que el alfabeto hangoul no me ayudase mucho. Las calles de Londres sí que son algo más complicadas, llegando a parecer en palabras del escritor George Mikes “una vasta conspiración para desorientar al turista”. Se da un nombre distinto a la calle en cuanto haga la menor curva; pero si la curva es tan pronunciada que crea realmente dos calles distintas, se mantiene un mismo nombre. Por otra parte, si una calle ha sido trazada sorprendentemente en línea recta se le otorgan varios nombres: High Holborn, New Oxford Street, Oxford Street, Bayswater Road, Notting Hill Gate, etc.
Como pese a estas circunstancias se puede dar el caso que
algunos ingeniosos turistas puedan orientarse llaman a las calles de muchas maneras diferentes: street, road, place, mews, crescent, avenue, rise, lane, way, grove, park, path, walk, gate, hill, y creedme, un largo etcétera. El lío puede ser completo porque se sitúa un cierto número de calles con exactamente el mismo nombre en diferentes distritos. De esta forma te puedes encontrar una veintena de Queens Square o Warwick Avenues, el remate.
En un turismo más propio de quién les escribe, me acerqué a las inmediaciones del Emirates Stadium, donde juega el Arsenal, y a Craven Cottage, donde juega el Fulham. Pocos ejemplos de dos clubes tan opuestos dentro de una misma ciudad.
En el Arsenal lo único que permanece estoicamente es su entrenador, Arsène Wenger, quien va a empezar su 21ª temporada al frente de los gunners pese a los detractores que le van surgiendo cada año. Estrenaron hace once años un imponente nuevo estadio pero cada vez les cuesta más no luchar por el título de Premier, sino clasificar a Europa. El Fulham no se encuentra mejor en el aspecto deportivo, va a afrontar su tercera temporada en la segunda categoría del fútbol inglés, son
innumerables los entrenadores que han tenido en sus últimos cinco años, ya no te cuento en los últimos veinte, pero pueden presumir no solo de contar con el estadio decano del fútbol inglés, sino además de uno de los entornos más bellos en cuestión de estadios, y por qué no decirlo también, de Londres. Junto a Craven Cottage me encontré Bishop’s Park.
Imagen de Craven Cottage de 1923. Los años, los jugadores y entrenadores pasan. Craven Cottage permanece, y que siga.
Probablemente junto a los pubs, los lugares que mejor definen a la ciudad son los parques. En uno de los tantos parques que hay en Londres e Inglaterra, Bishop’s Park, encontré un lugar a orillas del río Támesis, con unas vistas espectaculares. Verde, muy verde, aunque ésto no sea novedad porque Londres es verde, nada de árboles amarillos, sin hojas o pelados. Familiar, con niños jugando al cricket, con sus padres de picnic a pocos metros o distintos monumentos. Me sorprendió sobremanera, un tanto por desconocimiento histórico, otro tanto por falta de éstos en España, un monumento a los voluntarios ingleses de Hammersmith y Fulham que fueron a la Guerra Civil española entre 1936-39 a luchar contra el fascismo.
No se lee bien por las flores y porque unas avispas lo custodiaban pero este es el homenaje a aquellos voluntarios. Mis respetos hacia ellos.
No sólo de fútbol vive el hombre, también he visitado cosas muy “british” como el Museo Británico, altamente recomendable, visita obligada; o el torneo de tenis de mayor fama mundial como es Wimbledon, donde aquel día Muguruza se impuso con claridad a la rumana Cirstea. Precisamente desde allí, desde Rumanía, con la vista puesta en el castillo de Dracula, Marta y Jesús, contarán sus andanzas. En el próximo capítulo londinense, responderé a las preguntas más repetidas, qué como, qué bebo, qué tiempo hace o cómo evito los tiroteos e incendios, además de otras muchas cosas.
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