Tiempo de golondrinas o aprendiendo a aparcar

“¿M’chayab? Supongo que se puede decir de cualquier cosa que te haga sentir recuperada. Como té caliente en un día frío, o cogerle de la mano a un niño pequeño. Una cosa poco importante que hace que te sientas viva” (“Lo que de verdad importa”, Jan Goldstein)

Me sorprendo mirando las golondrinas del patio donde tiendo la ropa al sol. Las observo, pienso en dónde tienen sus nidos, escucho sus gorgoreos y sonrío al pensar que la madre observa a sus crías desde el tendedero de la vecina, a distancia, como queriendo acostumbrarlas a la soledad pero sin perder ni un vistazo de sus primeros momentos en la vida. Reflexiono sobre una palabra yidis, la lengua que hablada por los judíos de origen alemán, que acabo de aprender al leer un libro. Y me digo a mí misma que ese es mi momento m’chayab, el instante donde se detiene el tiempo y te sientes bien con algo tan sencillo como observar el vuelo de un pájaro o la ternura de una mamá golondrina. Me siento bien, a pesar del ajetreo pasado o de las preocupaciones que parecen caer como losas desde el cielo hoy azul, mañana… mañana ya veremos. Sonrío, acabo de aprender a aparcar.

Y es que el aparcamiento es una de las trabas más habituales en los exámenes iniciales para obtener la licencia y también después. Aunque sepas conducir, aparcar no siempre es fácil, y más cuando vives en un contexto donde lo del aparcamiento no es necesario, porque siempre hay sitio donde dejar el coche. Hasta que llega el día en que vas a la gran ciudad y no te queda otro remedio. Hasta que llega el momento.

Entended el símil, porque la semana pasada he estado ejecutando aparcamientos constantes y practicando la difícil maniobra. Mi agenda diaria se encontraba desbordada, con una lista de actividades interminables en la columna del “tengo que hacer” y un horario limitado que no daba de sí todo lo que a mí me gustaría. Mi mente estaba atiborrada de obligaciones y pensamientos que me conducían al desastre de la distracción, de las situaciones de olvido y a la consecuente parálisis ejecutiva. Entonces…, en ese extremo cotidiano, decidí aparcar como es debido. Y lo hice.

Cuando me venía un pensamiento sobre una tarea inacabada o pendiente, susurraba en mi interior: “Esto no toca ahora, debes aparcarlo hasta el momento oportuno. No lo pienses más y concéntrate en lo que estás haciendo. Queda aparcado hasta …” y ponía una hora determinada en la jornada para retomar esa idea que estaba ahí. Dejaba el pensamiento encerrado en una sala de espera, leyendo el periódico o una revista del corazón hasta que le llegara su turno. Y funcionó.

La técnica del aparcamiento es nueva para mí. Y supongo que tendré que practicarla. Cuando llegó al fin de semana, me sentía bien. Naturalmente, no realicé todos los asuntos pendientes de esa inmensa lista pero sí aquellos que realmente eran importantes para sobrevivir. Y conseguí llegar viva a mi momento m’chayab, el de las golondrinas que observan a sus crías, en la distancia, para que extiendan sus alas sin presión y se atrevan a alzar el vuelo en el inmenso cielo azul de la primavera.

 

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